LOS úLTIMOS ELEFANTES DE BENíN, UNA COLUMNA DE XAVIER ALDEKOA

Era un verde imposible. La primera vez que visité el parque nacional de Pendjari, en el norte de Benín, me impresionó la electricidad verdosa de su sabana. Después de varias semanas viajando junto al fotógrafo y amigo Kim Manresa por la aridez ocre del Sahel, nos adentramos en aquella exuberante reserva natural con la curiosidad de quien visita lo inimaginable. Ante nuestros ojos, se levantaban colinas forradas de vegetación y valles esmeralda atravesados por caminos de tierra parda. Aquel lugar era un vergel. En el año 2010, los bosques de Pendjari se habían consolidado como el último gran reducto de elefantes de África del Oeste, donde vivían más de 3.000 paquidermos.

Aquellos animales han sido siempre un termómetro: como el parque está pegado a la frontera de Burkina Faso, Níger y Togo, los elefantes cruzan la frontera cuando hay inestabilidad. Del año 2002 al 2010, por ejemplo, la paz y democracia en Benín se reflejó en un aumento enorme de la población de paquidermos. De 800 a 3.000 en apenas ocho años.

Hace unas semanas, regresé al norte de Benín, y al entrar por la avenida principal de Tanguieta, una pequeña ciudad a las puertas de Pendjari, a 60 kilómetros de la frontera burkinesa, comprendí que aquel edén salvaje vuelve a estar en peligro. Sus calles estaban cosidas de militares.

En la última década, la irrupción de grupos yihadistas en el Sahel ha provocado una espiral de violencia insostenible en la región que se expande hacia el sur. Además de dejar un reguero de muertos y desplazados, la sombra fundamentalista se cierne sobre Ghana, Costa de Marfil, Togo y especialmente Benín. La situación geográfica del norte beninés, cuyos caminos son desde hace siglos lugar de paso de nómadas, comerciantes, bandidos y traficantes, refuerza su condición de pieza más frágil ante el avance extremista. Las cifras dicen lo mismo. El país contabilizó el año pasado 260 incidentes violentos entre el ejército y bandas yihadistas, diez veces más que sus vecinos costeros. 

Los frondosos bosques del parque nacional de Pendjari no son testigos mudos de ese deterioro, son parte. La reserva se ha convertido hoy en uno de los principales escondites de las bandas extremistas de la zona. Como consecuencia, los elefantes están desapareciendo. La caza furtiva —los grupos yihadistas se lucran con el mercado negro de colmillos de marfil— o el asesinato de fauna por diversión de los milicianos han reducido la población de elefantes de Pendjari a menos de 1.500 ejemplares, la mitad que hace tres lustros. 

Los elefantes de Benín vuelven a ser termómetro. El avance del yihadismo saheliano hacia el sur ha puesto en peligro la vida de decenas de miles de personas, que se han visto obligadas a abandonar sus casas tras las matanzas y secuestros o el cierre de cientos de escuelas. La huida de los elefantes de Pendjari refleja también que el fundamentalismo es enemigo de la naturaleza. Un último grito antes de que sea tarde: pronto los últimos elefantes del oeste africano no tendrán dónde huir. 

2024-03-29T13:31:33Z dg43tfdfdgfd