MUSEOS DE MADRID EN LOS QUE NO ENCONTRARáS (TANTOS) TURISTAS, PARTE IV: ESTOS NO SON PARA TODOS LOS GUSTOS
Quien acude a Madrid con la idea de visitar museos tiene una idea muy clara de lo esencial. En primer lugar, surge el Prado, porque, de cierta forma, el Museo del Prado es Madrid. A unos pasos, el Thyssen y el Reina Sofía completan el trío imprescindible. Pero si lo que buscamos es explorar y descubrir, es necesario llegar más allá del lugar común. Lancemos una mirada a algunos de los pequeños, y no tan pequeños museos, que la ciudad esconde, desconocidos en muchos casos para los propios madrileños.
Tengamos en cuenta que, algunos de ellos, tal vez no sean para todos los gustos. Para disfrutar determinados museos es necesario haber cultivado un interés, o una inquietud que, para otros, es peculiar. Si deseas dejar volar al friki (ya aceptado por la RAE) que todos llevamos dentro, proponemos una exploración de lugares de Madrid más o menos recónditos.
El Museo Geominero traslada al entusiasta de los cinabrios, las azuritas y los topacios, a una dimensión mineral. También hará las delicias del fetichista de los museos de época. La gran sala lleva al visitante a 1927, cuando Alfonso XIII inauguró este entonces innovador espacio. La colección incluye fósiles, restos de meteoritos y un exhaustivo conjunto de minerales y piedras preciosas y semipreciosas, cuya forma y cromatismo muestran la capacidad performativa de la naturaleza. Entre ellos, nos quedamos con los volúmenes, entre la vanguardia y el minimalismo, de piritas y calcopiritas.
Y si deseas llevarte el mineral a casa, el primer domingo de cada mes se organiza un mercadillo en el que adquirir el más deseado.
El Museo de la Imprenta Municipal es el lugar idóneo para el fanático de las artes gráficas, o del papel impreso, hoy tan en alza. El edificio, construido en la Segunda República para cubrir la producción del ayuntamiento, vale la pena en sí mismo, ya que es unos de los escasos ejemplos de art decó en la capital. La colección se centra en las técnicas de impresión y encuadernación, el libro y el grabado.
La maquinaria impresiona. Planchas calcográficas, originales de artistas, una réplica de una prensa de imprimir del siglo XVI y complejos artilugios mecánicos de los siglos XIX y XX.
Para los aficionados a la filatelia, a la numismática y a los avatares de la lotería, el Museo de la Casa de la Moneda conserva una amplia colección de medios de cambio. Allí se exponen todos los sellos de correos desde el primero impreso en España, en 1850. Que el diseño de billetes es un arte en sí mismo lo prueba la extensa colección de grabados y dibujos que inició el Grabador Real de Carlos III, Tomás Francisco Prieto.
También hay quien enloquece por los andenes, las ferrovías y las naves de motores. ¿Por qué no? El tren, que en nuestro siglo se ha manifestado como el medio de transporte más amable, produce en muchos de nosotros un sentimiento de nostalgia. Una forma de abordarla es volver la mirada hacia el pasado, a la época de las grandes estaciones y el traqueteo del coche-cama. El Museo del Ferrocarril, ubicado en la antigua estación de Delicias permite pasear entre locomotoras de vapor y antiguos vagones. No lleva a grandes revelaciones, pero resulta evocador.
En un registro muy distinto, La Neomudéjar ha transformado la nave que albergaba el generador Atlas Diesel de Estocolmo que abastecía de energía a la Estación del Mediodía, hoy Atocha, en un centro de experimentación artística. Entre instalaciones y obras de gran formato, se ha conservado la espectacular maquinaria en un entorno que recuerda a los centros de vanguardia de Kreuzberg en los años 90, cuando Berlín aún era Berlín. El centro alberga una colección permanente de arte actual de más 1.500 piezas, en lo que resulta una fusión insólita.
El metro no despierta el romanticismo del tren, pero sus estructuras e instalaciones marcan un destino de peregrinación para los adeptos del patrimonio industrial. Así, la Nave de Motores de Pacífico, proyectada por Antonio Palacios en 1922 para suministrar electricidad a las primeras líneas de metro, asombra por su monumentalidad. Alberga tres enormes motores diésel, que sirvieron para generar y transformar la energía con la que funcionaban los trenes, y que, durante la Guerra Civil, actuó como central de energía de la ciudad.
Los trenes que alimentaban estos motores se detenían en la estación de Chamberí, que formó parte de la línea 1, inaugurada en 1919. También diseñada por Palacios y clausurada desde 1966, se conserva como Museo del Metro. Cerámica, lucernarios y carteles publicitarios nos llevan a lo que fue el metropolitano en los años 20.
Para los paseantes aficionados a la escultura abstracta del siglo XX, existe un museo que suele pasar desapercibido. Bajo el puente de Juan Bravo, en las rampas que ascienden desde el paseo de la Castellana, es conveniente detenerse y fijar la vista. Lo que allí se encuentra no es mobiliario, sino arte.
El Museo de Escultura al Aire Libre supuso una propuesta vanguardista en los años 70, ya que llevó a un entorno urbano obras de los escultores abstractos más representativos del momento. Encontramos piezas de Miró, Palazuelo, Julio González y la polémica Sirena varada de Chillida, cuya instalación, suspendida entre los pilares del puente, produjo una agitada controversia.
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Tras un periodo de remodelación, el Museo ABC del Dibujo y la Ilustración ha reabierto sus puertas. Sus fondos, indicados para los incondicionales de la prensa impresa y el cómic, se remontan a 1890, y llevan al visitante a la edad dorada de la ilustración y la viñeta, desde Penagos a Mingote.
Dos exposiciones ofrecen diferentes perspectivas de la colección permanente. La jaula de monos recorre los fondos del museo en toda su amplitud cronológica. En Este Madrid Andrés Trapiello se concentra en la ciudad, que retrata a través de su reflejo en los medios durante el siglo XX.
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